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Estos artículos, que no siguen un orden cronológico alguno, sino mas bien irán apareciendo según las apetencias del autor, no pretenden ser tratados de história sino, enseñar o explicar a mi modo de ver las cosas un poco de la épica de los Tercios españoles que sirvió para forjar el gran imperio español, además de reconocer la valía de los llamados descamisados que mantuvieron invicta a España en los campos de batallas durante 160 años.

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martes, 1 de abril de 2014

TIRO AL PICHÓN





TIRO AL PICHÓN

Aquí me encuentro, acostumbrado como estaba a mi querida “Jeroma”, así llamaba yo a mi hermosa ballesta y sin embargo me han obligado a portar este engendro del demonio, que pesa un montón y además es feo de narices y que a mi juicio servirá de poco en el campo de batalla cuando esos malditos franceses, Dios se los lleve al purgatorio cuanto antes mejor, se vengan encima de nosotros montados en esos jamelgos acorazados corriendo como posesos a la caza de nuestros culos españoles.
Lo vi por primera vez en la toma de Baza allá por el año del señor de 1489, los portaban un pequeño grupo que venían del norte, del concejo de Vizcaya y los tontospajones nos miraban por encima del hombro a nosotros, a mi “Jeroma” y a mi y a mis compañeros ballesteros, pero estos prendas no sabían con quien se las estaban jugando, cogí a uno de ellos por banda y las tuve tiesas con el, Hernando Quiñones se llamaba el mamonazo y tras diez o doce “güantás” mutuas terminamos cargados de vino en la tienda que montaba el tío Benito que nos seguía a todas partes con sus mulos y carro para hacernos la vida mas llevadera en el campamento. Entre vaso y vaso de ese vino peleón me comento el tal Quiñones que lo que más le gustaría en este mundo sería enfilar a un moro con su arcabuz y rellenarlo de plomo, como lo hacen con los faisanes que dicen que comen los señores pudiente, que mamón esta hecho este tío.
Pues lo dicho, a la mañana siguiente al despuntar el alba nuestro capitán nos hizo formar, pues el asedio que duraba ya seis meses terminaría ese día, y mira tu por donde lo hicimos junto al pequeño contingente de arcabuceros vizcainos
  • Eh tu andaluz de mierda, vamos a joder a unos cuantos moros
  • veremos lo que sabéis hacer con ese palo de hierro, tontopajón vascón

las lombardas machacaban incesantemente los lienzos de las murallas de Baza viéndose ya grietas importantes, efectivamente, acto seguido se derrumbo un trozo de muro de piedra al los pies de los “homicianos” que siempre, siempre iban en vanguardia. Corriendo como alma que lleva el diablo nos posicionamos y empezamos a asaetear a los moros que asomaban sus infieles narices por la grieta, shiuuu, shiuuu, las flechas inundaron el aire haciendo blanco en carne blanda de gorrino ismailita pero al tiempo Hernando y sus vizcainos comenzaron la rociada de plomo. La leche jamás vi cosa igual, ahí no importaba casco, coraza o escudo todos iban al hoyo sin remisión, racatacataaaa... y otra fila mora al suelo o al cielo con Alá como se quiera, en medio de ese “humerío” vi a los cien arcabuceros en faena, tremendo, miré a mi Jeroma y le dije - llego tu fin pequeña, llego tu fin.

Tras la escabechina y rindiéndose la plaza sus majestades los Reyes, muchos años los tenga el señor en su gloria, entraron por la llamada puerta de la Magdalena obligando al cabecilla moro un tal Cid-Hiaya a bautizarse, con dos cojones. Contentos y otra vez en casa de Benito el del vino peleón hablé con Quiñones.
  • Mira pedazo de carne con ojos, creía yo que esto del armatoste que traíais sería una nueva cagada de los intendentes, pero a fe que me ha sorprendido y reconozco su valía, ¿te imaginas a mil de estos en linea disparando?.
  • Ojala mamón andaluz, pero no creo que lleguemos a tanto.
A tanto no, a más, pues como os decía al principio de mi relato, aquí me encuentro, pero no estoy solo tengo a mi lado a cuatro mil arcabuceros, unas cuantas piezas de artillería y un pequeño contingente de caballería ligera guardando nuestros culos. Que Dios nos coja confesaos, pues los franceses del mamón de Lautrec no tendrán piedad cuando lleguen aquí, a esta pequeña villa de Bicoca.
Las tareas que nos encomendó nuestro coronel Don Fernando Ávalos se ejecutaron al punto y al pie de la letra, no andaba la cosa como para hacerse el remolón, construimos un muro con tierra para cobijarnos tras el y aguantar así las acometidas del francés y unas plataformas terreras que se elevaban sobre nuestras cabezas donde el de Pescara nos ordeno colocar la artillería. Frente a nosotros se encontraba una llanura de unos quinientos metros una pequeña pendiente que según se iba acercando a nosotros se convertía en acusada pendiente, total... una cuesta de toa la vida de Dios, el muro que construimos y apostados en el cuatro grandes lineas de arcabuceros, guardando nuestra espaldas dos escuadrones de lansquetes alemanes y más atrás, muuuuucho más atrás la caballería que teníamos, poquita pero buena. Andábamos ultimando todas las tareas encomendadas cuando de repente al caer la tarde del 26 de abril aparecieron al final del campo los del Lautrec,

  • joderrr, grité, creía que vendrían menos, pero coño se ha traído media Francia...
  • Tranquilo andaluz que hoy me da a mi en el bigote que los vamos a calentar a base de bien, me contesto Hernando, que lo tenía a mi lado
  • Así a ojo calculo yo que serán entre quince a veinte mil, ¡mejor! tocamos a mas por cabeza, jajajaja dijo el vizcaino.

Viendo lo que veíamos nuestro Maestre, el sabio Colonna, mandó un jinete que a uña de caballo tendría que ir a Milán para avisar y traerse refuerzos, como así fue, unos seis mil de caballería que colocaron cubriendo un puente que teníamos a retaguardia. La noche fue tensa, los dos ejércitos en sus posiciones aguardando las ordenes para actuar, pero no paso nada, a la mañana siguiente lo mismo, pero no paso nada y al caer el sol observamos como el enemigo comenzó a mover pieza mandando escuadras de bandas negras a limpiar el campo de estacas y demás que habíamos colocado para ralentizar sus movimiento, el fandango comenzaría en breve, y así fue vimos dos grandes columnas de piqueros suizos que se nos venían encima, marchaban orgullosos en perfectos cuadros, sin esperar a que su artillería ablandase nuestras posiciones, cuando se encontraron a tiro empezó la fiesta para nuestros artilleros. Boom, Boom, Boom nuestros cañones escupían fuego a marchas forzadas, los cuadros suizos eran un perfecto blanco y a fe que empezaron a caer como moscas, cada vez que un bolazo daba en el cuadro veinte o treinta se iban a freír esparragos, Boom, Boom a cada cañonazo mis compañeros vociferaban,- ¡Toma suizo mamón!, Boom ¡Hazte un tirabuzón con esa gabacho de mierda! La algarabía era grande viendo lo que los nuestros le estaban dando a los suyos, pero esa algarabía pronto se torno en rezos cuando observamos que las dos columnas enemigas comenzaban la carga contra nuestras posiciones, esos mercenarios suizos no venían con ganas de hacer amigos, pero Dios había iluminado al de Ávalos pues la cuesta pronunciada que teníamos frente al muro de tierra ralentizo muchísimo la carga de los piqueros, y llego al fin nuestro turno Ratatata, Ratatata nuestra primera y segunda linea de arcabuceros comenzó a rociar plomo sobre esos mamones mercenarios prácticamente a bocajarro, a placer, eso era tiro al pichón, suizo, pero pichón, estos tíos tan grandes, tan rubios comenzaron a caer como fardos al suelo, y otra descarga, y otra al cabo de media hora el enemigo se había dejado en el campo de batalla a mas de tres mil de los suyos además de veintidós capitanes y pensó el de Lautrec que ya era suficiente retirándose al punto.


Otro día mas en la vida de un soldado del Tercio, un día más que sobrevivo para pelear de nuevo en otra ocasión, lastima del soldado Ruy Perez la única baja que sufrimos el día de Bicoca, muerto por la coz de una mula parda, maldita sea su estampa, que no por las malas artes del enemigo.