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Estos artículos, que no siguen un orden cronológico alguno, sino mas bien irán apareciendo según las apetencias del autor, no pretenden ser tratados de história sino, enseñar o explicar a mi modo de ver las cosas un poco de la épica de los Tercios españoles que sirvió para forjar el gran imperio español, además de reconocer la valía de los llamados descamisados que mantuvieron invicta a España en los campos de batallas durante 160 años.

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lunes, 15 de julio de 2013

–Desa mesma manera le sé yo –dijo el cautivo.

Miguel de Cervantes
Miguel de Cervantes Saavedra, que sirvió en el tercio de don Miguel de Moncada como un simple soldado, también aportó a la poesía sobre estas unidades militares. Se inspiró, tras los hechos que acontecieron su vida, como los años que estuvo alistado en los tercios,  para realizar la obra literaria española más famosa mundialmente, El Quijote. En este fragmento del capítulo 40, donde se prosigue la historia del cautivo, Cervantes se basó en los años que estuvo cautivo en Argel, pero el soneto está basado en los tercios de infantería española:
–Desa mesma manera le sé yo –dijo el cautivo.
–Pues el del fuerte, si mal no me acuerdo –dijo el caballero–, dice así:
Soneto
De entre esta tierra estéril, derribada,
destos terrones por el suelo echados,
las almas santas de tres mil soldados
subieron vivas a mejor morada,
siendo primero, en vano, ejercitada
la fuerza de sus brazos esforzados,
hasta que, al fin, de pocos y cansados,
dieron la vida al filo de la espada.
Y éste es el suelo que continuo ha sido
de mil memorias lamentables lleno
en los pasados siglos y presentes.
Mas no más justas de su duro seno
habrán al claro cielo almas subido,
ni aun él sostuvo cuerpos tan valientes.

“En Flandes se ha puesto el sol”

En este fragmento del poema “En Flandes se ha puesto el sol”, Eduardo Marquina, poeta nacido en 1879 y muerto en 1946, cuenta como una pequeña unidad española de infantería intenta ayudar a los habitantes de una aldea a huir, que está siendo atacada por el enemigo.
 Eduardo Marquina

Capitán y español, no está avezado
a curarse de herida que ha dejado
intacto el corazón dentro del pecho.
Ello, ocurrió de suerte
que a los favores de un azar villano,
pudo llegar el hierro hasta esa mano,
que tuvo siempre en hierros a la muerte.
Y fue que apenas roto
por nuestro esfuerzo el muro,
salieron de la aldea en alboroto
sus gentes, escapándose a seguro.
Niños, mozos y ancianos,
en pelotón revuelto, altas las manos
como a esquivar la muerte, que les llega
envuelta en el fragor de la refriega,
a derramarse van por los caminos
y los campos vecinos…
Y va su frente y clama
que les tengan piedad en tanta ruina,
dando al aire sus tocas, una dama
que pone, ante la turba que la aclama,
la impavidez triunfal de una heroína.
Corriendo a hacer botín de su hermosura,
la rufa soldadesca se amotina,
y en vano ella procura,
en súplicas, en lágrimas deshecha,
acosada y rendida,
entregando su vida
triunfar de la deshonra que la acecha.
Va a sucumbir; pero en el mismo instante,
una mano de hierro abre a empeñones
el cerco jadente
de suizos y walones,
y el capitán ofrece a la hermosura
la hidalga protección de su bravura…
Domeñado y sujeto
queda el tercio a distancia; ella respira:
‘Pasad, señora que por mi os admira
y por mi os tiene España por su respeto’,
dice, y levanta el capitán ardido
la dura mano al fieltro retorcido.
Y en este punto, el hierro de un villano
parte su vena a la indefensa mano.
No se contrae su rostro de granito
ni la villana acción le arranca un grito;
inclina el porte, tiende a la cuitada
la mano ensangrentada
y vuelve a pronunciar: ‘Gracias señores;
que si sólo he querido
a la dama y su honor hacer honores,
ahora, con esta herida, habré podido
ofrecerle en mi mano rojas flores.
Ceremoniosamente
pasó la dama, él inclinó la frente,
y en la diestra leal que le tendía
la sangre a borbotones florecía.