El nuevo Capitán antes de reunir la compañía tenía que alzar bandera, se hacía con una sabana que pintaba a su gusto en colores y formas, eso si debería ir cruzada de esquina a esquina con la cruz de San Andrés en roja, pues rojo era el color de los españoles, la ataba a una pica y buscaba a un soldado veterano de su confianza que quisiera ser su Alférez.
Al enterarse los paisanos de la formación de la nueva compañía se le acercaban al Capitán con la esperanza de poder alistarse, de entre la multitud que se arremolinaba, el Capitán elegía su mandos cabos, sargentos además de tambores y pífanos, les adelantaba una paga y los obligaba a vestirse de forma impecable. Así se dirigían al pueblo señalado en la conduta.
La entrada en la villa asignada era de lo más impactante, tambores y pífanos al frente precediendo al Alférez con la bandera en ristre y flameando tras la cual iba el Capitán a caballo, llegaba hasta el regidor del pueblo, le enseñaba la conduta firmada por el Rey y le pedía que le cediese un edificio público para la recluta. La cosa no se demoraba mucho, pues los mozos se alistaban solo por la brillantez y el porte de soldados tan bien montados.
A continuación la recluta se hacia en una hoja en blanco donde se apuntaba nombre y apellidos del soldado, rasgos característicos ( color de pelo, cicatrices etc...) y se le entregaba uno o dos escudos, para vestirse y calzarse además de un adelanto para la pica.